Seguramente Patanjali jamás imaginó que su ciencia llegaría tan lejos

martes, 28 de agosto de 2012

Yoga de color farinato

La siguiente es una entrevista que concedí hace unos meses a la revista Plaza Pública de Nuevo Naharros, una pequeña localidad cercana a Salamanca en la que imparto clases de yoga desde hace un par de años. Ha sido publicada en el número 11 de dicha revista. La reproduzco aquí en su totalidad.

¿Qué podrías decirnos del yoga? ¿Cuáles son sus elementos distintivos? Si tuviera un color o un sabor, ¿cuál sería?
Si alguien nos preguntara cuál es el color de los grandes sabios hindúes o el color del yoga, diríamos fácilmente que el naranja o el blanco. Colores vivos, y ahora más que nunca, al igual que la ciencia del yoga, que ya es una cosa común en Occidente, incluso en provincias como la nuestra. El medio rural no es ajeno a la expansión de esta práctica india.
Las asanas (posturas del yoga) se han hecho un hueco dentro de las tradiciones locales de los pueblos. Todo encaja. Como bien dijo mi amiga Belén Santana con motivo de la presentación de mi último libro, hace un par de meses, el yoga es compatible con el farinato.

¿Es una ciencia del cuerpo, de la mente, o de ambos?
Casi todo el mundo sabe qué es lo que implica practicar esta doctrina. Los beneficios para la salud son un hecho. Está casi todo dicho, pero uno puede consultar cualquier libro sobre el tema en cualquier biblioteca para darse cuenta de que es así. Con la práctica uno reconoce una nueva realidad corporal y participa de ella, el cuerpo cambia y se renueva. Pero la cosa no se queda en lo puramente físico. El yoga también es una ciencia de la mente, un método y una disciplina que puede ayudarnos a conocer su naturaleza. En una ocasión un alumno me preguntó: «¿Qué puedo hacer para parar mi mente?». Le dije que no podía hacer nada, ya que la naturaleza de la mente es precisamente moverse.
En ocasiones a mis alumnos les pregunto dónde está la mente. Pero no me refiero con ello a que me digan qué están pensando, sino literalmente dónde está la mente, en qué lugar. «¿Está la mente en la cabeza?». Obviamente no. Si abriera la cabeza de todos mis alumnos sólo me encontraría con un puñado de sesos grises. Por tanto, éste es un gran descubrimiento: la mente no está en la cabeza ni en ningún otro lugar del mundo físico. No puedo ver los pensamientos de las demás personas o localizarlos en algún lugar del espacio. Tenemos que estudiar la naturaleza de este espacio mental, y eso se consigue a través del yoga.

¿Tiene que ver con la espiritualidad?
Siempre me gusta insistir en que el yoga no es sólo una disciplina física, no es sólo una especie de gimnasia, también es una disciplina que se ocupa de nuestra dimensión mental y de nuestra dimensión espiritual, si queremos decirlo así, independientemente de lo que entendamos por espiritual. Porque, desde el punto de vista de la tradición hindú, el ser humano consta de varios niveles: cuerpo, mente, alma, espíritu. Las posturas de yoga, al fin y al cabo, son la parte más visible de todo el asunto. Y es que la mente –y con ella nuestra visión del mundo y de las cosas– también cambia con la práctica.

¿Quién puede practicarlo?
Uno puede empezar desde donde se encuentre, desde el nivel en el que esté, y después ir profundizando. El menú yóguico siempre es variado y uno puede tomar lo que más le atraiga de él. No hay dogmas, rigideces ni métodos invariables. Flexibilidad y sutileza, éstas quizá sean dos de las cualidades más importantes de esta tradición.
La constancia es importante. Sin ella es casi imposible percibir algún avance. Con esa predisposición y con algo de voluntad por nuestra parte podemos ir prosperando en nuestra andadura yóguica. Unos descubrimientos nos conducen a otros. Profundizamos en las dimensiones sutiles de nuestra naturaleza. Invertimos en el conocimiento de nosotros mismos. A través de nuestra práctica sembramos hoy las semillas de un mañana en el que la plenitud y la salud puedan ser nuestras señas de identidad. Esculpimos en nuestro carácter ciertas trazas de sabiduría. Y, por supuesto, no somos ajenos al mundo. Los estereotipos yóguicos deben empezar a caerse por su propio peso. No estamos todo el día meditando, sentados en el suelo recitando el mantra om.

¿Qué se pretende conseguir con el yoga?
Mi yoga pretende ser un yoga activo, un yoga que se implique en lo social y que no le de la espalda a la realidad en la que vivimos. Aunque creo que esto está aún por inventarse. Todavía no sabemos cómo la difusión de la práctica de nuestra ciencia va a modificar la faz de nuestro mundo y de nuestras costumbres. Aún es pronto. Pero quizá el talante de las personas que lo practican comienza a sobresalir por encima de la media. «Sirve, ama, da, purifica, medita, realízate». Éstas son algunas de las prescripciones de Sivananda, uno de los sabios que difundió el yoga con más brío durante el siglo pasado. Realizarnos, hacer real lo que somos. Ésa es una buena meta que nos podemos imponer. Aquí Oriente y Occidente se dan la mano, porque la llamada psicología transpersonal –una ciencia exclusivamente occidental– también apuesta por eso. Llegar a ser lo que somos. Ésta puede ser la culminación de nuestras aspiraciones yóguicas, una llama y un fuego que quizá nos convenga mantener encendido en algún lugar de nuestro interior, especialmente en estos tiempos de crisis. Si el fuego se mantiene activo, el calor está asegurado.

¿Ha sido el yoga bien acogido en nuestra provincia?
Merecemos tenerlo entre nosotros, merecemos que el yoga llegue a los confines de nuestra provincia. Ahí está su última frontera, el último bastión conquistado por la ciencia de Patanjali (uno de los sabios del yoga). Todos podemos contribuir a ese hecho, porque todos, alumnos y profesores, somos discípulos de Matsyendra, el legendario señor de los peces, de quien procede esta tradición. Él estaría sorprendido del alcance que ha tenido su saber entre nosotros, pero a la vez orgulloso porque hemos sido capaces de poner sobre la mesa y de hacer llegar a todo el mundo las bondades de sus métodos.
De esto da cuenta Los Discípulos del Señor Pez, relato en el que se dibuja y se refleja la trayectoria que podría recorrer cualquier yogui occidental, cualquier persona que se ve empujada a la práctica por un anhelo de conocimiento que no encuentra en ninguna otra parte. Como ya he dicho en muchas ocasiones, hay muchos manuales de yoga, algunos imprescindibles si lo que deseamos es iniciarnos en él con cierto fundamento y con ciertas garantías. Por eso decidí escribir una historia diferente, porque creo que necesitamos que los expertos nos hablen en primera persona y nos cuenten sus experiencias. ¿Cuáles son sus motivos para practicar, sus dificultades, sus miedos, sus dudas, sus descubrimientos? ¿Qué es lo que uno consigue con la práctica? ¿Cómo es la vida de un yogui? En cierto sentido necesitamos bajar a los yoguis del pedestal al que los hemos subido, porque creo que al fin y al cabo no son más que personas comunes y corrientes que empezaron desde donde todos hemos empezado. Por eso el Señor Pez puede ser una buena inspiración para todo el mundo.


Yoga y literatura, una interesante mezcla, ¿no es así?
Sí, me parece interesante que ambas se den la mano. La tradición literaria antigua tiene un peso importante en la cosmovisión hindú. En cambio parece haberlo perdido en tiempos recientes. No se tienen en cuenta estos factores literarios o artísticos en el yoga que se practica hoy. Creo que esto principalmente ocurre porque el yoga no es una ciencia que se lea. El yoga se practica, pero no se lee. Sin embargo, me ha parecido importante rescatar este aspecto. La lectura también puede ser una práctica yóguica y, como toda práctica, también puede contribuir a transformar nuestra mente. Con la buena literatura el enriquecimiento está asegurado. Así pues, ejercicio físico, relajación, respiración, meditación y también lectura. En este caso creo que las aventuras del Señor Pez están bien para empezar.

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