Seguramente Patanjali jamás imaginó que su ciencia llegaría tan lejos

viernes, 28 de enero de 2011

¿Por qué escribir?

La primera razón que se me ocurre es que la literatura es un ejercicio mágico en el que, entre otras cosas y en el sentido más amplio del término, se estimula la imaginación y en el que la conciencia puede abrirse a otros mundos. Cada palabra, cada frase, cada imagen evocada es como una brecha en el espacio–tiempo  a través de la cual entrevemos una realidad imaginada. Palabras que transfiguran conciencias, relatos que anticipan mundos y destinos.

Creo que lo importante es tener algo que decir, y atreverse a decirlo a pesar de las dificultades que puede suponer publicar un libro. La meta puede ser llegar a muchos lectores, pero no debemos olvidar que en muchos casos el propio ejercicio de la escritura ya nos colma a cierto nivel. Escribiendo nos autorrealizamos. La meta es el camino y el camino es la meta.

Admiro a ciertos héroes literarios como Eloy Moreno. Su odisea se llama El bolígrafo de gel verde. Su aventura me ha conmovido y me sigue conmoviendo. Cada día apuesto más, con él, por la iniciativa propia a la hora de publicar nuestros trabajos. Y todo por la sencilla razón de que nuestra dignidad profesional debe estar por encima de todo.

Aún no sé a qué juegan algunas editoriales. Como Eloy ha comentado, nuestras obras no merecen terminar en una caja de cartón en algún lugar perdido de nuestro escritorio. Nacen, especialmente si han logrado ver la luz después de un arduo y laborioso trabajo de meses o años, no para ser despreciadas, sino para vivir y, sobre todo, para ser vistas y leídas.

En mi caso, he decidido no volver a poner mi trabajo en manos de editoriales poco sensibles. A partir de ahora creo que exigiré siempre un anticipo o publicaré por cuenta propia. Nuestro trabajo, si alguna editorial se hace cargo de él y apuesta por él, ya debería merecer alguna remuneración. Porque en ese sentido, para mí, la tarea de escribir es un trabajo como otro cualquiera.

Desde luego, las remuneraciones artísticas parecen ser un asunto resbaladizo. El arte quizá no se ajusta demasiado a la burocracia del encaje funcional social en el que las únicas cosas –y los únicos trabajos– que valen son los que encajan en el sistema. Sólo vale lo que sirve para algo, lo que funciona, lo que es útil. Pero el arte y la creación, por su propia definición, no pueden ceñirse a esos cánones. El arte, más allá o más acá de ser un elemento transfigurador de conciencias y de mundos, ¿funciona?

Redescubrir el valor del arte nos exige, por tanto, abrirnos a la dimensión olvidada de la conciencia y probablemente también a las historias de los propios artistas como Eloy, a su vida y a su trayectoria. En su caso, su odisea personal también vende y también “vale”. Los libros no sólo son objetos culturales, detrás de ellos hay muchas más cosas; hay conciencias, hay vidas y hay mundos por descubrir.

Felicidades Eloy.  

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